La poesía cubana perdió una voz. Carilda Oliver Labra, la reconocida poetiza que escandalizó y enamoró a partes iguales a Cuba, murió la madrugada del miércoles a los 96 años de edad en su natal Matanzas, la provincia en el este de La Habana que fue el espacio geográfico más recurrente de sus versos.
La prensa oficial cubana, que dio a conocer la noticia, no especificó las causas de la muerte de Carilda Oliver y agregó que sus restos fueron cremados.
Doctora en Derecho, Premio Nacional de Literatura en 1998, profesora de pintura, dibujo y escultura, promotora cultural, amante sucesiva confesa, Oliver se convirtió desde mediados del siglo pasado en un mito que trascendió su propia obra poética.
Entre poemas «atrevidos», declaraciones «encendidas» y romances que dieron vuelta a la isla, la vida de Oliver estuvo marcada por el desenfreno, la irreverencia ante los prejuicios y la libertad de elección que escandalizarían a la conservadora sociedad cubana de mediados del siglo XX.
En marzo pasado fue acreedora del Premio Excelencias por la fecundidad de su obra, en la que resaltan además Calzada de Tirry 81 (1987), Se me ha perdido un hombre (1992) y la Biografía lírica de sor Juana Inés de la Cruz (1998).
En el 2017 recibió la Orden Félix Varela de Primer Grado, la más alta distinción cultural que concede el gobierno de la isla, en coincidencia con la celebración de su 95 cumpleaños.
Su obra de poesía lírica, épica y erótica, en la que destacan poemas como el conocido soneto Me desordeno amor, me desordeno, está recogida en más de 40 poemarios publicados en México, Colombia, España, Estados Unidos, Alemania y Cuba, entre otros países.
Oliver Labra alternó con figuras de la talla del escritor estadounidense Ernest Hemingway, a quien entregó las llaves de la ciudad de Matanzas, el poeta español Rafael Alberti y la poetisa chilena Gabriela Mistral, quien la catalogó “la mejor sonetista de América”. En el plano personal fue amiga de sus colegas cubanos Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Dulce María Loynaz, Fina García Marruz y Roberto Fernández Retamar.
La poetisa estuvo casada varias veces y fue protagonista de múltiples romances que luego plasmó en sus poemas. Por eso no es casual que sus versos defiendan el erotismo, la sensualidad, la feminidad y la libertad de elegir.
“No me importa que me critiquen. Solo soy una persona que llevo la vida con franqueza y espontaneidad. He tratado de ser autocrítica, pero nunca otra mujer. A veces, en vez de leer mis libros, la gente me busca para ver qué encuentra del mito, de las exageraciones que se cuentan sobre mí”, expresó en una entrevista hace varias décadas.
El cadáver de la poetisa será cremado. Sus restos se expondrán en su casa de Tirry 81, donde creó su obra y solía organizar sus famosas tertulias literarias.