Los Amantes del Vedado: Una trágica historia de amor.

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Los Amantes del Vedado: Una trágica historia de amor.

Cierta es la aseveración del gran García Márquez cuando aseguró que la realidad siempre supera la ficción. Y esa máxima también puede constatarse en las historias de amor donde algunos casos reales parecieran hasta opacar leyendas o tragedias similares a las escritas por Shakespeare.

Cuba no es menos en ese sentido, pues en el devenir de nuestro pueblo son reiteradas las historias que versan sobre amores legendarios. Sobre uno de ellos, quizá el más recordado, te hablaremos hoy: Los Amantes del Vedado: Una trágica historia de Amor

El primer divorcio y una de las casas más fastuosas de Cuba, se deben a una pasión escandalosa que los prejuicios no pudieron aplacar. Te invitamos a conocer la otra historia de Romeo y Julieta en Cuba.

Amor a primera vista

Catalina Laza

Catalina Laza del Río Noriega, natural de Cárdenas Matanzas, fue una de las mujeres más hermosas de su época. Destacaba en los salones de la alta aristocracia habanera, ganando los principales concursos de belleza en el año 1902 y 1904. Fue bautizada como “La maga halagadora”, por los periodistas de la época. Contrajo sus primeras nupcias en Tampa, Estados Unidos, con Luis Estévez Abreu, hijo de la patriota Marta Abreu y Luis Estévez Romero, primer vicepresidente de la República de Cuba.

Fue en una cena de gala en 1905 donde conoce al acaudalado hacendado Don Juan Pedro Baró, que queda prendado ante la belleza de Catalina, quien  corresponde a su amor. Él prefirió no reparar en que Catalina era casada. Se quedó mirando toda la noche a aquella criatura descrita por la prensa de su época como una maga halagadora, admirada por sus ojos redondos y azules y por su cuerpo de contornos demasiado hermosos.

Pedro Baró

Los dos cubanos sostuvieron un diálogo corto y protocolar, pero desbordado de ternura. Catalina empezó a sentirse inquieta, algo había deshecho al aparente equilibrio de su sólido matrimonio. Como solo saben hacer los buenos amantes, Catalina y Juan Pedro se vieron sin que nadie lo supiera.

A la luz pública

Los amantes del Vedado

Esta relación oculta duró muy poco tiempo, porque enseguida la gente comenzó a murmurar. Ante las sospechas crecientes, una tía del esposo de Catalina contrató a un detective para que la siguiera. Los amantes fueron descubiertos en la suite que alquilaban en el Hotel Inglaterra.

Catalina fue expulsada de su casa, acusada de bigamia y perdió la custodia de sus hijos. Se refugió junto a su amado Pedro Baró, ya viudo y 14 años mayor que ella. Pero la sociedad habanera comenzó a cerrarles todas las puertas.

Cuentan que un día  cuando la pareja hizo su entrada al Teatro Nacional para asistir a una función de ópera, todos los asistentes se retiraron, dejándolos solos. En agradecimiento a los artistas que continuaron la función, Catalina les lanzó al escenario sus joyas.

La triste salida de Cuba

Su amor fue tan intenso que aunque la ley del divorcio aún no existía en Cuba, Catalina se atrevió a pedirle la separación a su esposo, que no solo rechazó si no  presionado por su influyente familia, la acusa de bigamia, por lo que deben huir del país.

Ambos salieron de Cuba; ella, odiada o admirada en silencio por la alta aristocracia habanera; él, más fuerte para soportar los desprecios sociales y redescubrir la felicidad después de haber enviudado. Ambos llenos de sueños. En Cuba se habían quedado sus hijos y su primer esposo que no le concedió la libertad para que se uniera al hombre que amaba.

Baró y Catalina viajaron por separados para no ser reconocidos hasta París. Allí vivieron una época de paz, pero no estaban dispuestos a rendirse y perderlo todo. Querían entrar en La Habana con la frente alta a mostrar su pasión.

Amor Eterno

Hasta que la muerte nos separe… Se escurrió el susurro entre los caprichos del viento cuando, al pie de la supuesta tumba de Romeo y Julieta, en Italia, los cubanos Catalina y Juan Pedro se juraron amor para siempre a inicios del siglo pasado.

Viajan a París y  Marsella, con la vista puesta en Roma para  poder  entrevistarse con el Papa, la única persona con la facultad para deshacer sus antiguo matrimonios. Para su sorpresa, el Papa hizo mucho más: los bendice y disuelve sus primeros enlaces.

El retorno a La Habana y la Gran Mansión

Los amantes del Vedado llegan exitosos a la Habana en 1917, donde son acogidos nuevamente en la alta sociedad. En ese mismo año, Mario García Menocal, presidente cubano, aprobó la Ley de Divorcio en la isla, registrándose inmediatamente la separación de Catalina con su primer esposo. Este fue el primer divorcio realizado en Cuba.

Baró, caballero reservado y apasionado por su esposa, comenzó a deshacerse en halagos para que el mundo viera la grandeza de su amor. Mandaría a edificar un palacete en la avenida Paseo entre 17 y 19 en el Vedado, hoy conocida como La casa de la Amistad. Su construcción duraría casi una década. Construida con arenas del río Nilo, mármol de carrara. Los renombrados arquitectos de la época Evelio Govantes y Félix Cabarrocas proyectan la obra con aliento renacentista italiano hacia los muros exteriores; mientras hacia el interior, muestra un claro acento del art-decó. La ejecución corrió a cargo de la constructora estadounidense Purdi and Anderson; mientras la decoración, en los estucos de los salones principales estuvo a cargo de la parisina Casa Dominique.

Fueron de la más fina y moderna cristalería, al estilo Art-Noveau, en los cuales fue aplicada la novedosa técnica del claro de luna, con la cual se logra un cristal con una transparencia lechosa. Consta esta edificación de dos grandes ventanales creados con el apoyo de las copas de los invitados que asistieron a la boda de ambos y las puertas fueron creadas con sus iniciales al borde superior de las mismas.

(…) El día de la inauguración toda la entrada estaba cubierta de tulipanes importados. En las invitaciones destinadas a la misma aristocracia que años atrás se había ofendido con el amor de Catalina y Juan Pedro, se anunciaron los regalos que todos recibirían: pinturas de famosos artistas del momento.

En 1926 Catalina ocupó el palacio que con amor y mucho dinero, su esposo le había construido. En sus jardines se sembró un rosal único en el mundo, creado por floricultores habaneros cuyas rosas se llaman Catalina Lasa.

No todo es color rosa

Cuentan que la apasionada y valiente pareja fue objeto de los más extraños maleficios y prácticas oscuras. Ella solo vive cuatro años en la mansión, pues debido a su repentina enfermedad viajan a Francia, donde también tenían propiedades y fallece, en los brazos de su esposo, en 1930 a los 55 años de edad.

En diversos medios de prensa de la época se especuló sobre la causa de su muerte. Unos dijeron que fue por intoxicación por ingesta de pescado, otros por infarto y algunos por una neumonía. Lo cierto es que Juan Pedro quedó desolado.

El Palacio Fúnebre

Su cuerpo es sometido a un proceso de embalsamamiento para ser trasladado a la Habana. El panteón en el cementerio de Colón, costó medio millón de pesos y Catalina fue sepultada en 1932 con un ramo de las rosas que llevan su nombre, pero hecho de piedras preciosas. Al interior del panteón, de mármoles blanquísimos, entra todas las mañanas la luz a través de cristales franceses que conforman un encaje de rosas. En la entrada, dos ángeles a relieve sobre puertas de granito negro suplican paz para el alma de los enamorados.

Hasta su propia muerte, Juan Pedro Baró visitó cada mañana el sepulcro de Catalina. Diez años después, fallece Pedro Baró en la Habana. Cuentan, se hizo enterrar de pie para velar el eterno sueño de la mujer que tanto amara. Las tumbas de él y Catalina fueron clausuradas con losas de hormigón fundidas in situ para evitar que alguien las profanase. Actualmente se desconoce la suerte que corrió la hija de la pareja.

Ambos Palacios siguen incólumes en La Habana, a pesar de haber sido saqueados impunemente durante décadas. Son el símbolo arquitectónico más duradero y hermoso de un amor en Cuba.

El Mito

Hoy todavía se cuenta, que algunas noches sin luna, en el jardín del palacete de la calle Paseo, se ve fugaz una hermosa mujer cuidando amorosa sus rosales y en medio del silencio pueden escucharse ahogados sollozos, mientras ella se inclina de cuando en vez, para regar los capullos con sus lágrimas. Algunos aseguran, que es el alma en pena de Catalina Laza.

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