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La Toma de Bayamo un 10 de Octubre como hoy

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La Habana (PL) El 10 de Octubre de 1868, con el Grito de La Demajagua, comenzó una nación a nacer: Carlos Manuel de Céspedes, su protagonista, necesitaba una capital para la Patria nueva en pie de lucha y escogió la legendaria Bayamo, escenario secular del surgimiento de nuestra identidad.

La tres veces centenaria urbe estaba defendida por una guarnición de 120 soldados de línea, tropas regulares de excelente moral de combate, bajo el mando de un experimentado grupo de oficiales de academia, cuyo jefe era el Coronel Julián Udaeta, apoyados por un escuadrón de lanceros, las tradicionales milicias de pardos y morenos, el cuerpo de voluntarios y una sección de artillería.

Los cubanos tenían un millar de combatientes, pero muy mal armados, escasos de parque, con casi ninguna preparación ni experiencia militar, desorganizados e indisciplinados. Eso sí, con un elevado espíritu de sacrificio, dispuestos a darlo todo por la causa de la incipiente revolución emancipadora.

Céspedes, aceptado por los líderes patriotas como máximo dirigente cubano, tomó la acertada decisión de elegir para conducir las acciones de asedio y asalto a Bayamo a un hombre con magnífica formación bélica, el dominicano Luis Marcano, aventajado alumno del afamado arte militar español, a quien nombró Teniente General, Jefe de Operaciones y responsable del entrenamiento y la organización de sus bisoñas fuerzas.

El 18 de octubre comenzaron los movimientos de los atacantes, que ya comenzaban a ser llamados mambises; en su estrategia, Marcano los dividió en tres columnas: al centro, en la cuesta de Mendoza, Céspedes, Juan Ruz y Ángel Mestre; a la derecha, en la pendiente de la Luz, las tropas de Juan Hall; y la izquierda descendió desde la loma de Lizana con Manuel de Jesús Calvar (Titá) como caudillo. La vanguardia de exploradores la capitaneó Emiliano García.

Los cubanos avanzaron a pie y a caballo; Juan Ruz comenzó a combatir con los milicianos que guardaban la cárcel y bajo una lluvia de balas, sus guerreros llegaron hasta las trincheras de la Plaza de Armas. Entonces ocurrió uno de esos hechos maravillosos que matizan nuestras contiendas de independencia: el anciano abogado Esteban de Estrada se abrió paso con su caballo hacia la barricada defendida por la milicia de negros y exclamó vibrante: -ÂíMuchachos, uníos a los libertadores de la Patria!, ÂíViva la Revolución!

La respuesta de aquellos jóvenes fue emocionante: descargaron sus armas al aire y al grito de ÂíViva Cuba Libre!, saltaron de su posición y abrazaron y rodearon al patricio que los incorporó de inmediato a las tropas atacantes.

Esto fue decisivo para tomar la cárcel. El propio Luis Marcano la ocupó a sangre y fuego y allí detuvo a su compatriota y amigo Modesto Díaz, que era General de Brigada de las reservas hispanas; lo abrazó, se lo presentó a Céspedes, quien lo convenció de unirse a los patriotas, y le ordenó que asumiera el mando de una tropa que marchaba a las afueras, al encuentro del Coronel Campillo para detener su avance, una tarea que cumplió a cabalidad al batir y hacer retroceder al enemigo.

Al ataque de la columna de Calvar se unió la División La Bayamesa, de Pedro Figueredo. Tras recios combates rodearon el Cuartel de Caballería y comenzaron un duro intercambio de fuego dominado por el sonido de las descargas cerradas de los ibéricos que se defendían con tenacidad y barrían con sus balas las calles aledañas ocupadas por los patriotas, quienes eran alentados por el pueblo, principalmente las mujeres, que hasta les arrojaron flores.

Los españoles lanzaron su infantería, que fue rechazada, pero a continuación salió como una tromba el escuadrón de caballería: los lanceros avanzaron y dispersaron las sorprendidas huestes patriotas, pero a poco los cubanos se recuperaron. Marcano, Calvar, Ruz, Hall, Figueredo, reagruparon las fuerzas y dirigieron la resistencia en la Plaza de Santo Domingo, donde los jinetes fueron atacados con machetes, espadas, revólveres y hasta con palos, por mambises a pie y montados. Muchos hombres rodaron por tierra, varios corceles huyeron despavoridos, pero al final los ibéricos, tintos en sangre, se batieron en retirada; al llegar al cuartel, su jefe, el comandante Guajardo, informó a Udaeta que había arrollado a los cubanos y luego se desplomó abrumado por dos heridas, una de ellas un machetazo que le destrozó la cara. Sobrevivió a la batalla, pero nunca más pudo volver a combatir.

Entre el 19 y el 20 de octubre se estrechó el sitio del cuartel. Todas las posiciones enemigas distribuidas en Bayamo: la Cárcel, las barricadas, las trincheras, el edificio de Ingeniería, la Iglesia, varias casas aspilleradas, habían caído en poder de los cubanos, que recibieron el refuerzo de la División Cabaiguán, conducida por Francisco Vicente Aguilera. Marcano la dislocó en muros, patios y azoteas cercanas. La situación de la bandera roja y gualda era desesperada.

La esposa cubana de Udaeta, Lola Cárdenas, le escribió una carta aconsejándole ponerse a merced de los jefes cubanos que eran caballeros y hombres de honor. El alto oficial envió un parlamentario a Céspedes, para suspender las hostilidades y pedir condiciones. El líder bayamés se comportó con la hidalguía esperada: garantizó las vidas de los españoles y permitió a los oficiales conservar sus espadas; entonces los colonialistas se rindieron a discreción. El Acta de Capitulación la firmaron el mando peninsular, el Consejo de los militares cubanos y un notario público de la ciudad.

Las bajas de los cubanos fueron 15 muertos y 35 heridos; las de sus rivales, 10 y 30, respectivamente. Los vencedores ganaron un importante botín de guerra consistente en 500 carabinas, decenas de revólveres, armas blancas, 300 tercerolas de caballería, 100 caballos, una enorme cantidad de municiones y abundantes medicinas.

Gran simbolismo revistió la hazaña de Perucho Figueredo, quien en medio de las acciones combativas escribió la letra de La Bayamesa, para la música guerrera que había compuesto un año antes y que todo el pueblo conocía, una marcha que en el fragor de la dura contienda pasaría a ser el Himno Nacional de Cuba.

La Toma de Bayamo cimentó sólidamente la Revolución proclamada por Carlos Manuel de Céspedes, cubrió de gloria a nuestros combatientes, despertó un entusiasmo inmenso en las filas cubanas y dejó claro el desafío de los patriotas a la explotación colonial; desde entonces se avanzaría por el camino de la lucha armada por la independencia, la abolición de la esclavitud y la soberanía nacional.

Fuente: Prensa Latina

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